El
Arte real está tomando un nuevo e inusitado auge en estos tiempos modernos de
tecnología e híper conectividad, de manera tal que en diversas plataformas de
la red se crean grupos de estudio, se imparten conferencias en diferentes
partes del globo, y aquí y allá surgen laboratorios caseros donde entusiastas
de la alquimia buscan desentrañar los misterios del Magisterio de Hermes. Se
vive un auténtico renacer de la sabiduría antigua.
Pero,
al coexistir en un universo dual, todo lo positivo termina por acarrear una
dosis proporcional de negatividad, y en un mundo tan lleno de materialismo y
banalidad, surgen también aquellos que se autodefinen “alquimistas”, sin apenas
contar con los conocimientos básicos para considerarse aprendices del saber
hermético.
En
la antigüedad se les denominaba Sopladores y el término se acuñó para designar
a los operarios de los fuelles usados para avivar el fuego de los Atanores. La
gran diferencia entre un alquimista y un soplador estriba en sus motivaciones.
Para los primeros, el estudio de la naturaleza por medio de la filosofía tiene
como finalidad lograr una elevada comprensión del universo y sus
transformaciones; mientras que. para los segundos, todo se reduce la búsqueda
de fórmulas para la consecución del oro. Los sopladores pretendían lucrar con
el arte hermético, al carecer de una base sólida de pensamiento. Los
alquimistas persiguen un ideal de perfección, los sopladores un fin inmediato.
Los
que pululan hoy por internet son una versión moderna de aquellos antiguos
sopladores. Comercian con cursos y libros donde pretenden revelar secretos a
“precio de rebaja”. Es fácil reconocerlos por su falta de coherencia al
intentar defender sus tesis con argumentos. Apenas son capaces de balbucear
débiles conceptos al azar, pues tergiversan los textos a conveniencia y operan
bajo la ignorancia. Creen que sus ideas sobrepasan las palabras de los sabios y,
en su afán por alimentar al ego –ese monstruo sagrado–, forman hermandades y se
autoproclaman mesías de la nueva era.
Un
claro de ejemplo de ello fue el caso de Nicholas D. Collette, acaecido hace
algunos años, quien a través de su sitio web y los foros de discusión ofrecía
elixires medicinales a cambio de sumas exorbitantes de dinero. Sus pócimas
pretendían ser preparadas con materiales tan disimiles como el rocío de la
mañana, el mercurio común (altamente venenoso) o la sangre. Cualquier alquimista verdadero puede crear Sal
del Tartrato mediante el uso de carbonato de potasio para absorber la humedad
en el aire, pero –y pienso que los lectores estarán de acuerdo– jamás
trabajaría con mercurio común, por ser demasiado peligroso. Nuestras materias
nada tienen que ver con las vulgares, pero en este desconocimiento, Nicholas
engaño a mucha gente lucrando con sus esperanzas de sanación. No sólo
comerciaba con sus elixires, también lo hacía con libros burdamente redactados
en los que pretendía desvelar los secretos de la alquimia. Al final, después de
engañar a muchos incautos y tras fingir su muerte digital, “desapareció de este
mundo”.
En
el panorama actual existen sopladores ya conocidos por la comunidad alquímica
de habla Hispana, que no mencionaré aquí para no darles popularidad inmerecida.
Advierto solamente, a aquellos verdaderos buscadores del arte, que eviten caer
en las trampas y engaños de tales individuos. Evita a aquellos que estén
constantemente en conflicto; al no poseer la verdad, renegaran y combatirán
cualquier idea que sea diferente a la suya. Desconfía de quien te intente
vender el secreto de la Piedra filosofal, esto nunca sucedió en el pasado y
nunca sucederá. Aléjate de quienes hablan más de lo que escuchan y que
necesitan alabanzas y reconocimientos para demostrar que “conocen”. Los verdaderos
alquimistas huyen de las multitudes y prefieren el anonimato, porque el único
reconocimiento que necesitan es saber que fueron bendecidos con la sabiduría
divina.
Roburus, Artista
Hermético
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